El chivo del cebollar
Había una vez una viejita que tenía un pequeño huerto apenas más grande que un mantel, donde había plantado un hermoso cebollar.
Una mañana, cuando fue a regar sus cebollitas, se encontró con un chivo que se entretenía en pisotearlas.
—¡Salga chivo de mi cebollar! —gritó enojada la viejita.
—¡Brlrlrl! ¡Yo soy el chivo del chivatal y de acá nadie me puede sacar!
La viejita se fue muy triste. En el camino encontró un perro al que le contó la historia.
El perro la consoló y le dijo:
—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.
Cuando llegaron de vuelta, el perro ladró:
—¡Salga chivo de ese cebollar!
—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Al perro se le pararon tres pelos del lomo y pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo.
Y el caballo dijo:
—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.
Y cuando llegaron al huerto relinchó:
—¡Salga chivo de ese cebollar!
—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Y siguió zapateando en el cebollar. Al caballo le corrió un escalofrío como si le caminaran siete ciempiés sobre el lomo. Y pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo.
La viejita volvió muy triste al camino a buscar quién pudiera ayudarla. Encontró con el toro y le contó la historia. Y el toro dijo:
—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.
Y cuando llegaron el toro bramó:
—¡Salga chivo de ese cebollar!
—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Y siguió zapateando más fuerte todavía entre las plantas.
El toro pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo.
La viejita volvió muy triste al camino a buscar quién pudiera ayudarla. Encontró con el toro y le contó la historia. Y el toro dijo:
—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.
Y cuando llegaron el toro bramó:
—¡Salga chivo de ese cebollar!
—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Y siguió zapateando más fuerte todavía entre las plantas.
El toro pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo.
La viejita volvió al camino, y en el camino se encontró con una hormiguita que andaba paseando.
—¿Por qué llora con tantas lágrimas? —le preguntó la hormiga.
Cuando escuchó la historia dijo:
—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.
—Ay, hormiguita, ¡cómo me vas a ayudar siendo tan chiquita!
—No se haga más problemas, pero para que lleguemos rápido álceme y lléveme en su bolsillo.
—¿Por qué llora con tantas lágrimas? —le preguntó la hormiga.
Cuando escuchó la historia dijo:
—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.
—Ay, hormiguita, ¡cómo me vas a ayudar siendo tan chiquita!
—No se haga más problemas, pero para que lleguemos rápido álceme y lléveme en su bolsillo.
La viejita puso un dedo en el suelo y la hormiguita se trepó muy rápido. Después la puso dentro del bolsillo y volvieron al huerto.
Cuando llegaron la hormiguita dijo:
—¡Salga chivo de ese cebollar!
—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándola muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Cuando llegaron la hormiguita dijo:
—¡Salga chivo de ese cebollar!
—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándola muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Y se puso a zapatear con más fuerza sobre las cebollas.
Despacito, despacito, con paso de hormiga, la hormiguita se fue acercando. Y comenzó a trepar por la pata del chivo hasta que llegó a la punta de la cola. Y ahí, una y otra vez, lo picó a todo picar.
—¡Brlrlrl! —hizo el chivo con los ojos bizcos, y salió corriendo y se perdió a lo lejos para no volver nunca más.
Despacito, despacito, con paso de hormiga, la hormiguita se fue acercando. Y comenzó a trepar por la pata del chivo hasta que llegó a la punta de la cola. Y ahí, una y otra vez, lo picó a todo picar.
—¡Brlrlrl! —hizo el chivo con los ojos bizcos, y salió corriendo y se perdió a lo lejos para no volver nunca más.
Cuando la hormiguita se cansó de picar pegó un salto y, pasito a paso volvió a la casa.
Y ahí se quedó a vivir, en la azucarera de la viejita. Y ahí están todavía, charlando sobre chivos y cebollares y un montón de cosas más a la hora del mate.
Y ahí se quedó a vivir, en la azucarera de la viejita. Y ahí están todavía, charlando sobre chivos y cebollares y un montón de cosas más a la hora del mate.
FIN
Historia de Pajarito Remendado
(Serie naranja)
Gustavo Roldán
(Serie naranja)
Gustavo Roldán