Inolvidables momentos...... Nuestra escuela en el año 1963

20 de abril de 2020

CUENTO 2 ......


"El colectivo fantasma"  de   Ricardo Mariño



El más fastidioso de los muertos se llamaba Tomás Bondi. Frecuentemente el encargado del cementerio encontraba tierra removida junto a la tumba de Tomás y advertía que la lápida de mármol, donde decía "Tomás Bondi (1939-2004) Premio Volante de Oro al mejor colectivero", estaba corrida un metro o dos.

El finado Tomás Bondi extrañaba a su colectivo. A diferencia de los demás muertos a quienes a lo sumo se les daba por aullar o salir a dar una vuelta convertidos en fantasmas, él necesitaba manejar un poco su colectivo.

Salía de la tumba, pasaba ante el encargado del cementerio, que no lo veía porque los fantasmas son invisibles, y caminaba treinta cuadras hasta la empresa de transporte donde en vida había trabajado.



Se metía en el galpón donde quedaban estacionados los vehículos y cuando veía a su colectivo, el 121, casi lloraba de emoción.

Al rato se ponía a pasarle una franela. Limpiaba los espejitos, lustraba los faros, les sacaba brillo a los vidrios. El problema era el sereno. En cuanto veía que un trapo limpiaba al colectivo, solo, sin ser sostenido por nadie, salía corriendo y abandonaba el puesto de trabajo.

Después, Tomás Bondi ponía al 121 en marcha y salía a dar una vuelta. Se detenía en todas las paradas y la gente subía. Cuando notaban que era un colectivo que nadie manejaba, trataban de escapar despavoridos, pero Tomás ya había arrancado y cerraba las puertas.

Recién se podían bajar en la parada siguiente.

Por un tiempo la gente habló con terror de aquel colectivo sin conductor pero luego empezó a notar que no era peligroso. Además se detenía junto al cordón de la vereda como corresponde, esperaba a que subieran las viejitas y nunca pasaba un semáforo en rojo.

—Como si lo manejara el finado Tomás Bondi —comentó una vez un jubilado.

La gente comenzó a dejar pasar a los colectivos conducidos por choferes y se quedaba esperando el 121 porque en él, encima, no había que pagar boleto.

Un día los dueños de la empresa de transporte decidieron abandonar el colectivo fantasma en un desarmadero donde se apilaban restos de camiones, autos y otras chatarras.

La siguiente vez que Tomás Bondi salió de su tumba y fue a buscar a su colectivo, no lo encontró. Fue terrible para él y volvió llorando al cementerio. Se metió en el ataúd, cerró la tapa, corrió la lápida con la mente, acomodó la tierra y comenzó a emitir tristísimos aullidos que le ponían los pelos de punta al encargado del cementerio.

Así pasó una semana.

Para entonces los empleados del desarmadero terminaron de separar cada parte del 121 y finalmente un domingo el colectivo murió. Esa misma noche se convirtió en fantasma de colectivo, idéntico a como era en vida, pero invisible. Encendió su motor, acomodó los espejitos y arrancó.

A las doce de la noche Tomás estaba aullando como hacía últimamente, cuando de pronto escuchó algo que le pareció un sueño: la bocina del 121. ¿Cómo podía ser? Pero era. Tomás salió de la tumba a toda carrera y en la entrada al cementerio encontró al 121 fantasma.

Desde entonces Tomás sale todas las noches a dar una vuelta en el 121 y lleva a pasear a todos los muertos del cementerio. Como no alcanzan los asientos, muchos tienen que ir parados, otros van colgados del estribo y dos, que en vida trabajaron en un circo, van en el techo haciendo acrobacias.

Ninguna persona viva puede ver ni oír al 121 aunque Tomás pone la radio a todo volumen, toca bocinazos en las esquinas y los muertos cantan canciones de hinchadas de fútbol. Las noches en la ciudad volvieron a ser silenciosas. El encargado del cementerio también pasa las noches tranquilo porque los muertos, cuando regresan del paseo, acomodan sus tumbas prolijamente y se van a dormir.




FIN
Ricardo Mariño. El colectivo fantasma y otros cuentos del cementerio,
ilustraciones de Rodrigo Folgueira,
Editorial Atlántida (Buenos Aires, 2005).




19 de abril de 2020

Conocemos un nuevo Autor.....

                                               


                                 RICARDO MARIÑO

Cuento» El señor Peruchio tiene calor


Como todas las tardes, el señor Peruchio    estaba tomando mates en la vereda, mientras miraba los autos que pasaban por la General Paz. En cierto momento sintió calor y se quitó una campera marrón, de corderoy  , que le habían regalado para su cumpleaños.
Siguió sintiendo calor después de haberse sacado la campera y tuvo entonces que quitarse un pulóver azul con guardas blancas, del cual opinaba que le había salido muy bueno y que le iba a durar toda la vida.
Miró para la General Paz. Se sirvió otro mate. Pero antes de tomarlo tuvo que secarse la transpiración de la frente con el pañuelo y quitarse una camisa amarilla. Aún así seguía teniendo calor. Se sacó una polera celeste.
Y enseguida una chomba blanca. Y una camiseta verde.
Y de nuevo un pulóver. Y otra camisa.
Para cuando se sacó la remera número ocho varios vecinos estaban a su alrededor, tratando de averiguar qué le pasaba, y se produjo un embotellamiento en la avenida por culpa de los automovilistas que se detenían a mirar al señor Peruchio .
Iba por el pulóver número diecinueve cuando llegaron los de la televisión. Para entonces, una señora se había ofrecido para ir acomodando la ropa en pilas, separando por tipo de prendas y por color.
Un grupo de chicos que ya había conseguido cinco camisetas rojas esperaba que el señor Peruchio  se quitara otras seis para poder formar un equipo de fútbol completo.
Sin embargo, el señor Peruchio  seguía teniendo calor. Ahora se habían acercado varios doctores, una modista, una cantante de tangos, un esquimal que andaba de paso, Maradona, un fabricante de patinetas, un diputado, varios vendedores de garrapiñadas y mucha gente más, pero ninguno sabía qué hacer.
El señor Peruchio  seguía con calor y continuaba sacándose ropa.
De pronto, un gordo que había llegado en un camión gritó que él sabía cómo resolver el problema. Siguió un prolongado silencio y todas las cabezas se volvieron hacia el que había hablado. El Gordo sintió tanta vergüenza que le costó muchísimo hablar. Por fin dijo:
—Yo tengo la solución. En quince minutos vuelvo. Saltó el camión y salió para el lado de Liniers. Cientos de coches, micros, camiones cargados de gente y ciclistas, siguieron al Gordo del camión que sabía cómo resolver el caso.
El señor Peruchio  se quedó únicamente con la señora que acomodaba las pilas de ropa que seguían creciendo. Apenas la mujer alcanzaba a poner una camisa roja en las pilas de camisas rojas, cuando el señor Peruchio  ya se estaba sacando una polera gris.
Poco después se empezaron a escuchar bocinazos, gritos, la música del Regimiento de Granaderos. Era el Gordo que regresaba.
Del camión bajaron a un hombre que tiritaba de frío. Era el señor Coluchio .
Al señor Coluchio  lo sentaron al lado del señor Peruchio .
La multitud se quedó en silencio y observó nerviosa cuando el señor Peruchio  se sacó un pulóver azul con rayitas rojas y se lo pasó al señor Coluchio . El señor Coluchio , temblando, se lo puso en un segundo. Enseguida el señor Peruchio  se sacó una polera con lunares verdes y al instante se la puso el señor Coluchio . La muchedumbre empezó a alentar a uno y a otro.
Al señor Peruchio  le cantaban:
Peruchio , querido,
sácate todo abrigo.

Al señor Coluchio  le cantaban:
Se va a abrigar,
se va a abrigar,
y va a dejar de tiritar.

Sin embargo, el señor Peruchio  seguía con calor y el señor Coluchio  con frío.
Y pasaban las horas.
Ya nadie gritaba. La muchedumbre empezaba a desanimarse. ¿Había fallado la solución del Gordo del camión? Los señores Peruchio  y Coluchio  estaban cansados y apenas podían sacarse y ponerse la ropa, respectivamente.
El señor Peruchio  miró al señor Coluchio   con cierta mueca de tristeza.
—Esto no tiene remedio, parece —dijo el señor Peruchio —. ¡Que calor!
—Qué desgracia —respondió el señor Coluchio —. Tengo frío.
Entonces el señor Peruchio  le acarició la cabeza al señor Coluchio  y ocurrió algo inexplicable porque los dos hombres se miraron sorprendidos. El señor Peruchio  volvió a tocarle la cabeza al señor Coluchio  y los dos sintieron que el calor del señor Peruchio  pasaba al señor  Coluchio , y que el frío del señor Coluchio  pasaba al señor  Peruchio . Se abrazaron veinte veces y cada vez volvía a suceder lo mismo. Y más se abrazaban más se le pasaba el calor a uno y el frío al otro, hasta que quedaron bien. Entonces los dos saltaron de alegría y la gente comenzó a gritar, se escucharon bocinazos y la música de la banda de Granaderos; y la radio y la televisión anunciaron a los gritos que se había resuelto el problema de los señores  Peruchio  y Coluchio.
                            FIN



© Ricardo Mariño
En el libro: El sapo más lindo
Ilustraciones: Alicia Charré
Serie: Morada
Editorial Alfaguara Infantil, 2005



17 de abril de 2020

Biografía de.....

 Gustavo Roldán

Gustavo Roldán, nació en Sáenz Peña, provincia de Chaco, el 16 de agosto de 1935. Fue un destacado escritor argentino.
Según algunas declaraciones hechas en su autobiografía, creció en el monte, en el Chaco, cerca del río Bermejo, en Fortín Lavalle, bien al norte de la provincia. 
Su padre era dueño de una hacienda y junto a su familia residía en el campo. Allí, no había libros, pero para Gustavo Roldan, en ese lugar existían cuentos todos los días. 
Ya que, los domadores, los arrieros, todos los hombres que trabajaban con las vacas, cuando volvían tarde a la hacienda, preparaban un fogón para hacer el asado y mientras se tomaban el mate contaban cuentos que hace cientos de años circulan por el mundo: los cuentos de Pedro Urdemales, de la luz mala, de aparecidos, de miedo… todos los cuentos folclórico.

Gustavo Roldán, buscó utilizar en sus cuentos para niños una serie de animales que conoció cuando era niño y vivía en el monte, durante muchos años.
Tales animales que son de un carácter muy argentino, le permitieron dar voz a ciertos hechos y valores de la sociedad, desde su accionar como protagonistas. Así, encontramos que en sus numerosos libros aparecen: sapos, zorros, quirquinchos, tatúes, piojos, bichos colorados, ñandúes, entre otros, que ficcionalizan historias la mayoría de las veces muy similares a las de los seres humanos.
Roldán, trabajó también en la reconocida Editorial Colihue (en ese entonces junto a su esposa Laura Devetach) donde dirigió algunas colecciones de libros para niños.
Gustavo Roldán, falleció el 3 de abril de 2012, a los 77 años en Buenos Aires, dejando tras de sí, un inmenso legado.




15 de abril de 2020

CUENTOS DE ....GUSTAVO ROLDÁN

El chivo del cebollar


Había una vez una viejita que tenía un pequeño huerto apenas más grande que un mantel, donde había plantado un hermoso cebollar.
Una mañana, cuando fue a regar sus cebollitas, se encontró con un chivo que se entretenía en pisotearlas.


                                                                                                       
—¡Salga chivo de mi cebollar! —gritó enojada la viejita. 

El chivo se quedó quieto. La miró de arriba para abajo y de abajo para arriba, y después le hizo:

—¡Brlrlrl! ¡Yo soy el chivo del chivatal y de acá nadie me puede sacar!

La viejita se fue muy triste. En el camino encontró un perro al que le contó la historia.

El perro la consoló y le dijo:

—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.

Cuando llegaron de vuelta, el perro ladró:

—¡Salga chivo de ese cebollar!

—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.

Al perro se le pararon tres pelos del lomo y pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo. 

La viejita volvió muy triste al camino a buscar quién pudiera ayudarla. Encontró al caballo y le contó la historia.

Y el caballo dijo:

—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.

Y cuando llegaron al huerto relinchó:

—¡Salga chivo de ese cebollar!

—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.


Y siguió zapateando en el cebollar. Al caballo le corrió un escalofrío como si le caminaran siete ciempiés sobre el lomo. Y pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo.

La viejita volvió muy triste al camino a buscar quién pudiera ayudarla. Encontró con el toro y le contó la historia. Y el toro dijo:

—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.

Y cuando llegaron el toro bramó:

—¡Salga chivo de ese cebollar!

—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.

Y siguió zapateando más fuerte todavía entre las plantas.

El toro pensó que no le convenía pelear con ese chivo, y dijo que volvería otro día para sacarlo. 
La viejita volvió al camino, y en el camino se encontró con una hormiguita que andaba paseando.

—¿Por qué llora con tantas lágrimas? —le preguntó la hormiga.

Cuando escuchó la historia dijo:

—No se preocupe, viejita. Ni por el huerto ni por la cebollita.

—Ay, hormiguita, ¡cómo me vas a ayudar siendo tan chiquita!

—No se haga más problemas, pero para que lleguemos rápido álceme y lléveme en su bolsillo.
La viejita puso un dedo en el suelo y la hormiguita se trepó muy rápido. Después la puso dentro del bolsillo y volvieron al huerto.

Cuando llegaron la hormiguita dijo:

—¡Salga chivo de ese cebollar!

—¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándola muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar.
Y se puso a zapatear con más fuerza sobre las cebollas.

Despacito, despacito, con paso de hormiga, la hormiguita se fue acercando. Y comenzó a trepar por la pata del chivo hasta que llegó a la punta de la cola. Y ahí, una y otra vez, lo picó a todo picar.

—¡Brlrlrl! —hizo el chivo con los ojos bizcos, y salió corriendo y se perdió a lo lejos para no volver nunca más.
Cuando la hormiguita se cansó de picar pegó un salto y, pasito a paso volvió a la casa.

Y ahí se quedó a vivir, en la azucarera de la viejita. Y ahí están todavía, charlando sobre chivos y cebollares y un montón de cosas más a la hora del mate.



FIN 
Historia de Pajarito Remendado
(Serie naranja)
Gustavo Roldán