Cuento 1: EL ASTRONAUTA DEL BARRIO
Apenas sonó el despertador, el señor Poquito Pérez saltó de la cama como un resorte. Se quedó un rato parado en el medio del cuarto, y cuando creyó estar despierto, subió la persiana.
"Va a ser un día de sol", se dijo. Porque a través de la ventana vio que el cielo estaba celeste.
Pensando en el sol, el señor Poquito Pérez se pegó una ducha fresca y se vistió con ropa liviana: un pantaloncito corto, una remera de hilo y una gorra con visera. También preparó los anteojos negros, pero no se los puso hasta la hora de salir.
Antes de afeitarse prendió la radio y escuchó un informativo. Entre noticia y noticia, el locutor le recordó a la gente que esa mañana empezaba el invierno.
"¡Pero si ya estamos en invierno!", se acordó el señor Poquito Pérez.
Apenas sonó el despertador, el señor Poquito Pérez saltó de la cama como un resorte. Se quedó un rato parado en el medio del cuarto, y cuando creyó estar despierto, subió la persiana.
"Va a ser un día de sol", se dijo. Porque a través de la ventana vio que el cielo estaba celeste.
Pensando en el sol, el señor Poquito Pérez se pegó una ducha fresca y se vistió con ropa liviana: un pantaloncito corto, una remera de hilo y una gorra con visera. También preparó los anteojos negros, pero no se los puso hasta la hora de salir.
Antes de afeitarse prendió la radio y escuchó un informativo. Entre noticia y noticia, el locutor le recordó a la gente que esa mañana empezaba el invierno.
"¡Pero si ya estamos en invierno!", se acordó el señor Poquito Pérez.
Así que, para no morirse de frío en la calle (a veces, aunque haya sol hace frío), además de lo que ya se había puesto, se calzó un buzo, un pañuelo de garganta, guantes y un par de medias de lana.
Después de afeitarse, el señor Poquito Pérez fue a la cocina a prepararse unos mates. Estaba desayunando cuando en eso miró la hora y recordó que no era domingo, que tenía que ir al trabajo.
"¡Qué tonto!", se dijo. "¿Cómo voy a ir a trabajar con pantaloncitos cortos?".
Volvió entonces a su habitación y así nomás -para no perder tiempo- se puso unos pantalones largos arriba de los cortitos, el saco del traje arriba del buzo (y de la remera) y un par de zapatos sobre las medias de lana.
Antes de salir a la calle, el señor Poquito Pérez volvió a mirar por la ventana y el celeste del cielo se había vuelto gris. No sólo no había una hilacha de sol, sino que las nubes, gordísimas, parecían a punto de explotar.
—Va a llover —comentó—. Lo que me faltaba.
Y para no mojarse, encima de lo que ya tenía, se puso una campera con capucha. Sobre la campera, un piloto y sobre los zapatos —para no arruinarlos— un par de botas de goma.
Un poco incómodo, el señor Poquito Pérez abrió la puerta y salió de su casa. Caminaba por la vereda tan despacio y endurecido de ropa que más de un vecino lo confundió con un astronauta. Y hasta tal punto parecía un astronauta que él mismo se convenció: cuando llegó a la parada, en vez de un colectivo, tomó una nave espacial (una que pasaba por la esquina). Y tan bien lo trataron en la nave esa mañana que, en vez de ir al trabajo, el señor Poquito Pérez, se fue derecho a la Luna.
Y lo bien que lo pasó...
FIN
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